Siempre me ha parecido espectacular la
caída de una hoja.
Ahora, sin embargo, me doy cuenta
que ninguna hoja “se cae”
sino que llegado el escenario del otoño
inicia la
danza maravillosa
del soltarse.
Cada hoja que
se suelta es una invitación a nuestra predisposición
al
desprendimiento.
Las hojas no
caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad
y profundo de
sabiduría:
la hoja que
no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire
sabe del
latido profundo de una vida que está siempre en movimiento
y en actitud
de renovación.
La hoja que
se suelta comprende y acepta que el espacio vacío
dejado por
ella
es la matriz generosa que albergará el
brote de una nueva hoja.
La coreografía de las hojas soltándose
y abandonándose
a la sinfonía
del viento
traza un indecible canto de libertad y
supone una interpelación
constante y contundente
para todos y
cada uno de los árboles humanos que somos nosotros.
Cada hoja al aire que me está
susurrando al oído del alma
¡suéltate!,
¡entrégate!, ¡abandónate! y ¡confía!.
Cada hoja que se desata queda unida
invisible y sutilmente
a la brisa de
su propia entrega y libertad.
Con este
gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento
de
creatividad
ya que con él está gestando el irrumpir
de una próxima primavera.
Reconozco y confieso públicamente,
ante este público de hojas moviéndose
al compás del aire de la mañana,
que soy un
árbol al que le cuesta soltar muchas de sus hojas.
Tengo miedo
ante la incertidumbre del nuevo brote.
Me siento tan cómodo y seguro con estas
hojas predecibles,
con estos
hábitos perennes,
con estas
conductas fijadas, con estos pensamientos arraigados,
con este
entorno ya conocido…
Quiero, en
este tiempo, sumarme a esa sabiduría,
generosidad y
belleza de las hojas que
“se dejan caer”.
Quiero lanzarme a este abismo otoñal
que me sumerge
en un
auténtico espacio de fe,
confianza,
esplendidez y donación.
Sé que cuando soy yo quien se
suelta, desde su propia
consciencia y libertad,
el desprenderse de la rama es mucho
menos doloroso y más hermoso.
Sólo las hojas que se resisten, que
niegan lo obvio,
tendrán que ser arrancadas por un
viento mucho más
agresivo e impetuoso
y caerán al suelo por el peso de su
propio dolor.
*******
Las hojas no caen, se sueltan.
Texto original de José María Toro,
extraído del libro "La Sabiduría de Vivir"
(2ª ed.) EDITORIAL DESCLÉE, páginas 37 y 38.
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