viernes, 3 de agosto de 2012

Las hojas no caen, se sueltan....

Siempre me ha parecido espectacular la caída de una hoja.

Ahora, sin embargo, me doy cuenta que ninguna hoja “se cae”

sino que llegado el escenario del otoño inicia la

danza maravillosa del soltarse.

Cada hoja que se suelta es una invitación a nuestra predisposición

al desprendimiento.

Las hojas no caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad

y profundo de sabiduría:
 

la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire

sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento

y en actitud de renovación.

La hoja que se suelta comprende y acepta que el espacio vacío

dejado por ella

es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.

La coreografía de las hojas soltándose y abandonándose

a la sinfonía del viento

traza un indecible canto de libertad y supone una interpelación

constante y contundente

para todos y cada uno de los árboles humanos que somos nosotros. 
 

Cada hoja al aire que me está susurrando al oído del alma

¡suéltate!, ¡entrégate!, ¡abandónate! y ¡confía!.

Cada hoja que se desata queda unida invisible y sutilmente

a la brisa de su propia entrega y libertad.

Con este gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento

de creatividad

ya que con él está gestando el irrumpir de una próxima primavera.

Reconozco y confieso públicamente,

ante este público de hojas moviéndose al compás del aire de la mañana,

que soy un árbol al que le cuesta soltar muchas de sus hojas.
 

Tengo miedo ante la incertidumbre del nuevo brote.

Me siento tan cómodo y seguro con estas hojas predecibles,

con estos hábitos perennes,

con estas conductas fijadas, con estos pensamientos arraigados,

con este entorno ya conocido… 
  

Quiero, en este tiempo, sumarme a esa sabiduría,

generosidad y belleza de las hojas que “se dejan caer”.

Quiero lanzarme a este abismo otoñal que me sumerge

en un auténtico espacio de fe,

confianza, esplendidez y donación.

Sé que cuando soy yo quien se suelta, desde su propia

consciencia y libertad,

el desprenderse de la rama es mucho menos doloroso y más hermoso.

Sólo las hojas que se resisten, que niegan lo obvio,

tendrán que ser arrancadas por un viento mucho más

agresivo e impetuoso

y caerán al suelo por el peso de su propio dolor.
 

*******

Las hojas no caen, se sueltan.


Texto original de José María Toro,

extraído del libro "La Sabiduría de Vivir"

(2ª ed.) EDITORIAL DESCLÉE, páginas 37 y 38.

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PASEOS ENTRE HADAS